Sarrerak Arratia Eleiza  

Gracias a todos. J.A.Pagola

GRACIAS A TODOS

 

Por estos días se cumplen 34 años desde que comencé a escribir mi comentario semanal al evangelio de cada domingo. Primeramente, a través de la prensa y la radio de mi ciudad de San Sebastián (España). Luego, a través de internet por medio de la Red evangelizadora Buenas Noticias. Siento que me ha llegado el momento de cerrar este ciclo, tan estimulante y enriquecedor para mí.

 

No me retiro de mi actividad evangelizadora ni de mi oficio de escritor, pero, a mi edad, necesito más tiempo y sosiego para poder trabajar con otro ritmo en proyectos que todavía puedo llevar adelante. Mientras tenga fuerzas, quiero vivir mis últimos años  contribuyendo al impulso de esa renovación de la Iglesia a la que nos está llamando el papa Francisco. En concreto, quiero seguir promoviendo de diversas maneras la conversión a Jesús, a su Evangelio y a su proyecto humanizador del reino de Dios.

 

Este será pues mi último envío. Sin embargo, también en el futuro seguiréis recibiendo, desde grupos de Jesus, comentarios míos de cada domingo, seleccionados de los muchos que he escrito. También los podréis encontrar en la Web buenanoticia.net. Por otra parte, sabed que una selección muy completa de mis comentarios están ya publicados en cuatro pequeños volúmenes: en español (Ed. PPC); en catalán (Ed. Claret); en italiano (Ed. Borla); en  brasileiro (Ed. Vozes). Y se están publicando los primeros volúmenes en inglés y en euskara.

 

En estos momentos solo siento un agradecimiento grande a todos. En primer lugar, a la querida comunidad del Carmelo de Hondarribia, que con tanta entrega y generosidad os habéis encargado de enviar el comentario de cada semana, superando a veces no pocas dificultades. Luego, a los traductores/as que, con vuestro trabajo oculto y gratuito, habéis hecho posible la difusión del Evangelio en diferentes lenguas.

 

Quiero también agradecer a quienes a través de páginas Web, servicios y periódicos digitales, radios, revistas, multicopias… habéis hecho llegar mi comentario evangélico hasta los lugares más insospechados de la Tierra. Siento un agradecimiento especial a tantos cientos de personas que, desde vuestro ordenador personal lo habéis enviado a misioneros, a personas mayores o enfermas, a gentes alejadas…

 

Esta red evangelizadora que hemos formado entre todos a lo largo de estos años no debe romperse. Vamos a utilizar  los comentarios que nos irán llegando o los textos que tenemos en nuestros ordenadores  para seguir difundiendo cada semana la Buena Noticia de Jesús. No perdamos nunca la confianza en él. Jesús renovará nuestra fe y salvará a su Iglesia de esta crisis.

 

José Antonio Pagola

 

 

Enlaces de internet donde encontrareis los nuevos servicios:
Red Buenas noticias. http://www.buenanoticia.net
Grupos de Jesús http://www.gruposdejesus.com/buenanoticia
Correo de contacto coordinador para los Grupos de Jesús y Red Buenas Noticias coordinador@gruposdejesus.com
En el blog de las Homilías de Pagola podréis encontrar todos los comentarios semanales al evangelio de cada domingo escritas por José Antonio Pagola en estos 34 años.

https://homiliaspagola.blogspot.com/

 

 

HOMILIA

 

2014-2015 –

23 de noviembre de 2014

 

UN JUICIO EXTRAÑO

 

Las fuentes no admiten dudas. Jesús vive volcado hacia aquellos que ve necesitados de ayuda. Es incapaz de pasar de largo. Ningún sufrimiento le es ajeno. Se identifica con los más pequeños y desvalidos y hace por ellos todo lo que puede. Para él la compasión es lo primero. El único modo de parecernos a Dios: «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo».

 

¿Cómo nos va a extrañar que, al hablar del Juicio final, Jesús presente la compasión como el criterio último y decisivo que juzgará nuestras vidas y nuestra identificación con él? ¿Cómo nos va a extrañar que se presente identificado con todos los pobres y desgraciados de la historia?

 

Según el relato de Mateo, comparecen ante el Hijo del Hombre, es decir, ante Jesús, el compasivo, «todas las naciones». No se hacen diferencias entre «pueblo elegido» y «pueblo pagano». Nada se dice de las diferentes religiones y cultos. Se habla de algo muy humano y que todos entienden: ¿Qué hemos hecho con todos los que han vivido sufriendo?

 

El evangelista no se detiene propiamente a describir los detalles de un juicio. Lo que destaca es un doble diálogo que arroja una luz inmensa sobre nuestro presente, y nos abre los ojos para ver que, en definitiva, hay dos maneras de reaccionar ante los que sufren: nos compadecemos y les ayudamos, o nos desentendemos y los abandonamos.

 

El que habla es un Juez que está identificado con todos los pobres y necesitados: «Cada vez que ayudasteis a uno de estos mis pequeños hermanos, lo hicisteis conmigo». Quienes se han acercado a ayudar a un necesitado, se han acercado a él. Por eso han de estar junto a él en el reino: «Venid, benditos de mi Padre».

 

Luego se dirige a quienes han vivido sin compasión: «Cada vez que no ayudasteis a uno de estos pequeños, lo dejasteis de hacer conmigo». Quienes se han apartado de los que sufren, se han apartado de Jesús. Es lógico que ahora les diga: «Apartaos de mí». Seguid vuestro camino…

 

Nuestra vida se está jugando ahora mismo. No hay que esperar ningún juicio. Ahora nos estamos acercando o alejando de los que sufren. Ahora nos estamos acercando o alejando de Cristo. Ahora estamos decidiendo nuestra vida.

 

José Antonio Pagola

 

 

HOMILIA

 

2010-2011 –

20 de noviembre de 2011

 

LO DECISIVO

 

El relato no es propiamente una parábola sino una evocación del juicio final de todos los pueblos. Toda la escena se concentra en un diálogo largo entre el Juez que no es otro que Jesús resucitado y dos grupos de personas: los que han aliviado el sufrimiento de los más necesitados y los que han vivido negándoles su ayuda.

 

A lo largo de los siglos los cristianos han visto en este diálogo fascinante «la mejor recapitulación del Evangelio», «el elogio absoluto del amor solidario» o «la advertencia más grave a quienes viven refugiados falsamente en la religión». Vamos a señalar las afirmaciones básicas.

 

Todos los hombres y mujeres sin excepción serán juzgados por el mismo criterio. Lo que da un valor imperecedero a la vida no es la condición social, el talento personal o el éxito logrado a lo largo de los años. Lo decisivo es el amor práctico y solidario a los necesitados de ayuda. 

 

Este amor se traduce en hechos muy concretos. Por ejemplo, «dar de comer», «dar de beber», «acoger al inmigrante», «vestir al desnudo», «visitar al enfermo o encarcelado». Lo decisivo ante Dios no son las acciones religiosas, sino estos gestos humanos de ayuda a los necesitados. Pueden brotar de una persona creyente o del corazón de un agnóstico que piensa en los que sufren.

 

El grupo de los que han ayudado a los necesitados que han ido encontrando en su camino, no lo han hecho por motivos religiosos. No han pensado en Dios ni en Jesucristo. Sencillamente han buscado aliviar un poco el sufrimiento que hay en el mundo. Ahora, invitados por Jesús, entran en el reino de Dios como «benditos del Padre».

 

¿Por qué es tan decisivo ayudar a los necesitados y tan condenable negarles la ayuda? Porque, según revela el Juez, lo que se hace o se deja de hacer a ellos, se le está haciendo o dejando de hacer al mismo Dios encarnado en Cristo. Cuando abandonamos a un necesitado, estamos abandonando a Dios. Cuando aliviamos su sufrimiento, lo estamos haciendo con Dios.

 

Este sorprendente mensaje nos pone a todos mirando a los que sufren. No hay religión verdadera, no hay política progresista, no hay proclamación responsable de los derechos humanos si nos es defendiendo a los más necesitados, aliviando su sufrimiento y restaurando su dignidad.

 

En cada persona que sufre Jesús sale a nuestro encuentro, nos mira, nos interroga y nos suplica. Nada nos acerca más a él que aprender a mirar detenidamente el rostro de los que sufren con compasión. En ningún lugar podremos reconocer con más verdad el rostro de Jesús.

 

José Antonio Pagola

 

HOMILIA

 

2007-2008 – Recreados por Jesús

23 de noviembre de 2008

 

UN JUICIO SORPRENDENTE

 

Lo hicisteis conmigo.

 

Las fuentes no admiten dudas. Jesús vive volcado hacia aquellos que ve necesitados de ayuda. Es incapaz de pasar de largo. Ningún sufrimiento le es ajeno. Se identifica con los más pequeños y desvalidos y hace por ellos todo lo que puede. Para él la compasión es lo primero. El único modo de parecernos a Dios: «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo».

 

¿Cómo nos va a extrañar que, al hablar del Juicio final, Jesús presente la compasión como el criterio último y decisivo que juzgará nuestras vidas y nuestra identificación con él? ¿Cómo nos va a extrañar que se presente identificado con todos los pobres y desgraciados de la historia?

 

Según el relato de Mateo, comparecen ante el Hijo del Hombre, es decir, ante Jesús, el compasivo, «todas las naciones». No se hacen diferencias entre «pueblo elegido» y «pueblo pagano». Nada se dice de las diferentes religiones y cultos. Se habla de algo muy humano y que todos entienden: ¿Qué hemos hecho con todos los que han vivido sufriendo?

 

El evangelista no se detiene propiamente a describir los detalles de un juicio. Lo que destaca es un doble diálogo que arroja una luz inmensa sobre nuestro presente, y nos abre los ojos para ver que, en definitiva, hay dos maneras de reaccionar ante los que sufren: nos compadecemos y les ayudamos, o nos desentendemos y los abandonamos.

 

El que habla es un Juez que está identificado con todos los pobres y necesitados: «Cada vez que ayudasteis a uno de estos mis pequeños hermanos, lo hicisteis conmigo». Quienes se han acercado a ayudar a un necesitado, se han acercado a él. Por eso han de estar junto a él en el reino: «Venid, benditos de mi Padre».

 

Luego se dirige a quienes han vivido sin compasión: «Cada vez que no ayudasteis a uno de estos pequeños, lo dejasteis de hacer conmigo». Quienes se han apartado de los que sufren, se han apartado de Jesús. Es lógico que ahora les diga: «Apartaos de mí». Seguid vuestro camino…

 

Nuestra vida se está jugando ahora mismo. No hay que esperar ningún juicio. Ahora nos estamos acercando o alejando de los que sufren. Ahora nos estamos acercando o alejando de Cristo. Ahora estamos decidiendo nuestra vida.

 

José Antonio Pagola

 

HOMILIA

 

2004-2005 – AL ESTILO DE JESÚS

20 de noviembre de 2005

 

LO DECISIVO

 

Tuve hambre y me diste de comer.

 

La parábola del «juicio final» es, en realidad, una descripción grandiosa del veredicto final sobre la historia humana. No es fácil reconstruir el relato original de Jesús, pero la escena nos permite captar la «revolución» que ha introducido en la orientación del mundo.

 

Allí están gentes de todas las razas y pueblos, de todas las culturas y religiones. Se va a escuchar la última palabra que lo esclarecerá todo. Dos grupos van emergiendo de aquella muchedumbre. Unos son llamados a recibir la bendición de Dios: son los que se han acercado con compasión a los necesitados y han hecho por ellos lo que podían. Otros son invitados a apartarse: han vivido indiferentes al sufrimiento de los demás.

 

Lo que va a decidir la suerte final no es la religión en la que uno ha vivido ni la fe que ha confesado durante su vida. Lo decisivo es vivir con compasión ayudando a quien sufre y necesita nuestra ayuda. Lo que se hace a gentes hambrientas, inmigrantes indefensos, enfermos desvalidos o encarcelados olvidados por todos, se le está haciendo al mismo Dios. La religión más agradable al Creador es la ayuda al que sufre.

 

En la escena evangélica no se pronuncian grandes palabras como «justicia», «solidaridad» o «democracia». Sobran todas, si no hay ayuda real a los que sufren. Jesús habla de comida, ropa, algo de beber, un techo para resguardarse.

 

No se habla tampoco de «amor». A Jesús le resultaba un lenguaje demasiado abstracto. No lo usó prácticamente casi nunca. Aquí se habla de cosas tan concretas como «dar de comer», «vestir», «hospedar», «visitar», «acudir». En el «atardecer de la vida» no se nos examinará del amor; se nos preguntará qué hemos hecho en concreto ante las personas que necesitaban nuestra ayuda.

 

Éste es el grito de Jesús a toda la humanidad: ocupaos de los que sufren, cuidad a los pequeños. En ninguna parte se construirá la vida tal como la quiere Dios si no es liberando a las gentes del sufrimiento. Ninguna religión será bendecida por él si no genera compasión hacia los últimos.

 

José Antonio Pagola

 

HOMILIA

 

2001-2002 – CON FUEGO

24 de noviembre de 2002

 

ACOMPAÑAR

 

Venid, vosotros, benditos de mi Padre.

 

No es fácil estar a la cabecera de un ser querido cuando se acerca su final. Nadie nos ha preparado a familiares o amigos para coger su mano y recorrer juntos el último tramo de su vida. Queremos acertar pero no sabemos muy bien qué hacer.

 

Lo primero es centrar nuestra atención en la persona enferma, no en la enfermedad. Los médicos y enfermeras se ocuparán de su mal. Nosotros hemos de estar muy atentos a lo que vive en su interior. Lo nuestro es no dejarle solo, acompañarlo de cerca con cariño y ternura grande.

 

Acompañarlo quiere decir escuchar su pena e impotencia, entender sus deseos de curarse, comprender su desconcierto y sus miedos. A veces, tendremos que sufrir tal vez su irritación y sus enfados. No importa. Estamos así aliviando su tensión.

 

Hemos de evitar siempre lo que puede crear en ese enfermo querido turbación, resentimiento o tristeza. Hemos de despertar en él paz, confianza y serenidad. Qué suerte es poder entonces conversar desde la fe para ayudarle, también en esa hora terrible, a sentirse envuelto por el amor inmenso de Dios.

 

No hay que utilizar tópicos ni frases vacías de verdad. No hay que decirle que está bien si él se siente mal. No hay que engañarle cuando sospecha ya lo inevitable. Son horas sagradas. Tenemos que hacerle preguntas acertadas: ¿quieres algo más?, ¿quieres hablar a solas con alguien? ¿cómo quieres que se te ayude mejor?

 

Cuando el final se acerca, las palabras resultan cada vez más pobres. Lo importante son ahora los gestos: la mirada cariñosa, el beso suave, la caricia sentida, nuestras manos apretando la suya. Qué consolador poder sugerir al enfermo una invocación sencilla y confiada a Dios que pueda repetir en su corazón.

 

Jesús declara «benditos de su Padre» a quienes ayudan al necesitado, acogen al extranjero, visten al desnudo o se acercan al enfermo y al preso, aunque no lo hagan motivados por fe religiosa alguna. Nadie tan pobre, necesitado y desvalido como el que está ya cerca de su muerte. Aunque no seamos muy religiosos o creyentes, Dios nos bendice cuando nos ve ayudándonos mutuamente a morir con paz.

 

José Antonio Pagola

 

HOMILIA

 

1998-1999 – FUERZA PARA VIVIR

21 de noviembre de 1999

 

ESTA CÁRCEL NO SIRVE

 

Estuve en la cárcel, y no me visitasteis.

 

Todo el mundo lo sabe. La cárcel no rehabilita al delincuente. Los penalistas hablan de que la pena ha de contribuir a la resocialización del penado, a su «reinserción» o «integración» en la sociedad. De hecho no es así. Al contrario, en muchos casos la prisión lo envilece, destruye aún más su personalidad e incluso lo enraíza más profundamente en el camino de la delincuencia.

 

El fracaso de la resocialización no se debe sólo a los escasos resultados obtenidos, sino a objeciones de fondo que algunos penalistas exponen con rigor. Por una parte, parece contradictorio pretender reinsertar en la sociedad a quien se le aparta de ella mediante una drástica prisión. Por otra, si el tratamiento al recluso se reduce a una inversión externa, difícilmente se pueden lograr cambios fundamentales en la personalidad del preso, en su esquema de valores o en su actitud ante la vida.

 

Mientras tanto, es general en la sociedad el olvido y la indiferencia. Los presos no interesan. Son pocos y la defensa de su causa no da votos. Los colectivos que los apoyan resultan molestos. Socialmente funcionan más bien dos principios muy simples: «hay que defenderse de los infractores del orden» (seguridad ciudadana), «el que la hace la paga» (justicia estricta).

 

En esta sociedad que se dice progresista, nadie se quiere enterar de que en el origen de nuestras cárceles más que culpabilidad —que la hay— se da enfermedad, deterioro humano y exclusión social. Muchos de los encarcelados —basta tratar con ellos—, provenientes de la marginación, esclavos de la droga, con mala salud física o mental, privados de afecto, con un futuro incierto, están abocados a una destrucción progresiva al no recibir la ayuda que necesitan.

 

No son pocos los que trabajan para mejorar su tratamiento médico y asistencia psicológica, la gestión de permisos y salidas terapéuticas o la aplicación de medidas a las que tienen derecho. No es suficiente. Esta cárcel no ayuda a la recuperación humana y social de los presos. La sociedad ha de conocer mejor el sufrimiento y la destrucción que padece este grupo de personas. Los penalistas han de suscitar un amplio debate social. Los responsables públicos han de buscar alternativas eficaces.

 

Mientras tanto en la conciencia de los creyentes ha de resonar actualizado el grito de Cristo: «Estoy en la cárcel y no me visitáis.»

 

José Antonio Pagola

 

HOMILIA

 

1995-1996 – SANAR LA VIDA

24 de noviembre de 1996

 

VERDADERO PROGRESO

 

Tuve hambre y no me disteis de comer.

 

Teóricamente todas las personas gozamos de los mismos derechos fundamentales. Así lo proclaman las Declaraciones internacionales y los Congresos. En realidad no es así. A estas alturas de la historia hemos de decir con el conocido obispo P Casaldáliga que «hay una Humanidad de primera clase —que tiene el derecho de vivir en el despilfarro— y una Humanidad de tercera clase —que tiene el deber de morirse de hambre—».

 

Nosotros solemos hablar del Mundo como si hubiera uno sólo. En realidad hay dos Mundos bien diferentes: el que cuenta, que es nuestro mundo, y el que sobra, que son todos esos pueblos que malviven por debajo del nivel de pobreza, y luchan por sobrevivir del hambre o la desnutrición.

 

Este es el resultado real del progreso humano en el planeta Tierra. El «no va más» que hemos logrado los hombres. Y por este camino se ha de seguir. Al menos, así lo decretan las leyes intocables del «Mercado Total», que ejecutarán sin compasión alguna el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial o los Siete Grandes. En esto consiste el progreso: en desarrollar sin límite alguno el bienestar de los privilegiados excluyendo a los más débiles y desfavorecidos.

 

En medio de todo eso están las grandes religiones hablando de Dios, y las diferentes Iglesias predicando a Jesucristo. Ahí estamos nosotros, los cristianos, preparándonos para celebrar dos mil años de evangelio supuestamente vivido. Entre la complicidad y la inconsciencia. Sin fuerza para generar una solidaridad más eficaz entre los pueblos.

 

Sin embargo, no es difícil resumir el núcleo del evangelio. Bastan dos frases: «Dios es Padre de todos los seres humanos» y «la única manera de orientar la vida humana según ese Dios es promover la fraternidad y la justicia entre los hombres». Esto es lo sustancial: que entre los hombres reine Dios y su justicia. Todo lo demás viene después. Se entiende bien ese texto pragmático en el que Jesús recoge el significado y la orientación esencial de su existencia: «El Espíritu del Señor está sobre mí, él me ha ungido y me ha enviado para dar la Buena Noticia a los pobres.»

 

Sería imperdonable no captar que Cristo pone a la Humanidad mirando en una nueva dirección: hacia los últimos, los excluidos, los pobres. El verdadero progreso no consiste en que una minoría privilegiada alcance un bienestar ilimitado excluyendo a los más débiles. La Humanidad progresa realmente como tal cuando avanza en solidaridad y vida digna para todos. Para ser más humanos no basta mirar hacia Maastrich. Hay que mirar hacia Rwanda, Etiopía y demás pueblos pobres de la Tierra. Son ellos quienes decidirán nuestra suerte final: «Venid benditos de mi Padre… porque tuve hambre y me disteis de comer… Apartaos de m4 malditos… porque tuve hambre y no me disteis de comer. »

 

José Antonio Pagola

 

HOMILIA

 

1992-1993 – CON HORIZONTE

21 de noviembre de 1993

 

GRATIS

 

Tuve hambre y me disteis de comer.

 

Llama la atención con qué fuerza destacan los estudios recientes el carácter individualista e insolidario del hombre contemporáneo. Según diferentes análisis, el europeo se va haciendo cada vez más narcisista. Vive pendiente de sus intereses y olvidado, casi por completo, de los vínculos que lo unen a los demás hombres.

 

C.B. Macpherson habla del «individualismo posesivo)) que lo impregna casi todo. Cada uno busca su bienestar, seguridad o placer. Lo que no le afecta le tiene sin cuidado. L. Lies llega a afirmar que el «soltero» (single), libre de obligaciones y dependencias, representa cada vez más el ideal de libertad y autonomía en la sociedad actual.

 

Detrás de todos los datos y sondeos parece apuntar una realidad aterradora. El hombre moderno está perdiendo capacidad de sentir y de expresar amor. No acierta a sentir solicitud, cuidado y responsabilidad por otros seres humanos que no caigan dentro de sus intereses. Vive «ensimismado» en sus cosas y su mundo, en una actitud narcisista que ya Freud consideró como un estado inferior en el desarrollo de la persona.

 

Pero, dentro de esta sociedad individualista hay un colectivo admirable que nos recuerda también hoy la grandeza que se encierra en el ser humano. Son los voluntarios. Esos hombres y mujeres que saben acercarse a los que sufren, movidos solamente por su voluntad de servir. En medio de nuestro mundo competitivo y pragmático, ellos son portadores de una «cultura de la gratuidad».

 

No trabajan por ganar dinero. Su vocación es hacer el bien gratuitamente. Los podréis encontrar acompañando a jóvenes toxicómanos, aliviando a ancianos solos, atendiendo a vagabundos, escuchando a gentes desesperanzadas, cuidando a niños semiabandonados o trabajando en diferentes servicios sociales.

 

No son seres vulgares, pues su trabajo está movido sólo por el amor. Por eso, no puede cualquiera ser un verdadero voluntario. Lo recordaba bellamente Leon Tolstoi con estas palabras: «Se pueden talar árboles, fabricar ladrillos y forjar hierro sin amor. Pero es preciso tratar con amor a los seres humanos… Si no sientes afecto por los hombres, ocúpate en lo que sea, pero no de ellos.»

 

Al final, no se nos va a juzgar por nuestras bellas teorías ni grandes palabras, sino por el amor concreto a los necesitados. Estas son las palabras de Jesús: «Venid, benditos de mi Padre… porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber…» Ahí está la verdad última de nuestra vida.

 

José Antonio Pagola

 

HOMILIA

 

1989-1990 – NUNCA ES TARDE

25 de noviembre de 1990

 

CALIDAD HUMANA

 

Tuve hambre y me disteis de comer.

 

No es la misericordia uno de esos «valores progresistas» que hayamos de cultivar para estar al día. Basta con defender la democracia, el ejercicio de las libertades y la racionalidad ética.

 

Lo deplorable es que, detrás de palabras tan hermosas, se esconde con frecuencia un hombre cargado de cinismo, avidez y mediocridad, incapaz de reaccionar ante el sufrimiento ajeno.

 

Lo importante es situarse lo mejor posible dentro del «estado de bienestar» (nuestro idolatrado Welfare State), de espaldas a ese otro «estado de malestar» del que hablaba recientemente Mario Benedetti y al que vamos marginando a los más débiles y desgraciados.

 

Hay que luchar, competir y ganar siempre más. Eso es todo. ¿Quién tiene tiempo para pensar en «las víctimas»? ¿Quién puede tener el mal gusto de recordar la misericordia en una sociedad inmisericorde y despiadada?

 

Sin embargo, es precisamente la misericordia lo que, según Jesús, define radicalmente al hombre. Sin misericordia, la persona queda viciada de raíz y deja de ser humana.

 

Por eso, en la parábola del «juicio de las naciones» se nos dice que la suerte de todo hombre se decide en virtud de su capacidad de reaccionar con misericordia ante los que sufren hambre, sed, desamparo, enfermedad o cárcel.

 

Pero hay que entender esto bien. Vivir «con entrañas de misericordia » no es tener un corazón sensiblero ni tampoco practicar, de vez en cuantió, alguna «obra de misericordia» que aquiete nuestra conciencia y nos permita seguir tranquilos nuestro camino egoísta de siempre.

 

Para evitar malentendidos, fon Sobrino prefiere hablar del «Principio-Misericordia», es decir, de un principio interno, siempre presente y activo en la persona, que da una determinada dirección y estilo a toda su conducta.

 

Quien vive movido por el «Principio-Misericordia», reacciona ante el sufrimiento ajeno interiorizándolo, dejándolo entrar en sus entrañas y en su corazón, con todas sus consecuencias. Y es precisamente el sufrimiento de los demás, captado cordialmente, el que se convierte en principio conductor de toda su actuación.

 

Es esta misericordia la que da «categoría humana» a la persona. No hay escapatoria posible. Podemos triunfar profesionalmente, ocupar cargos relevantes, movernos con éxito en las relaciones sociales. Si no sé reaccionar con misericordia ante el sufrimiento de los demás, no soy humano.

 

Resulta fácil, por ello, conocer mi calidad humana. Basta responder a estas preguntas: ¿Sé ver el sufrimiento de las gentes? ¿Cómo reacciono ante ese sufrimiento? ¿Qué hago por erradicarlo?

 

José Antonio Pagola

 

HOMILIA

 

1986-1987 – CONSTRUIR SOBRE LA ROCA

22 de noviembre de 1987

 

CONTRA LA DEPRESION

 

Me lo hacéis a mí.

 

Todo parece indicar que cada vez es mayor el número de personas que sufren crisis depresivas y luchan por recuperar de nuevo el gusto por la vida.

 

Sin duda, es muy importante la ayuda sicológica y la terapia de apoyo que les pueden prestar los expertos. Pero, en definitiva, es la misma persona la que tiene que dar pasos acertados.

 

Por lo general, quien padece una depresión se siente arrastrado a cavilar una y otra vez sobre sus angustias, sus miedos e impotencia.

 

Pero mientras sigue girando alrededor de sí mismo sin acabar nunca en sus reflexiones, el cerco se estrecha cada vez más y la persona se va hundiendo en una especie de remolino sin salida.

 

Mientras uno sólo piensa en sus problemas y se atormenta a sí mismo preguntándose: “adónde encontraré yo mi paz?» “adónde encontraré yo quien me comprenda?”, no está abriendo la puerta que le puede llevar a la paz y la salud.

 

El prestigioso doctor Gerhard Nebel llega a decir que “el estar plenamente a disposición del prójimo es el único medicamento eficaz para la neurosis y la depresión».

 

Con frecuencia, no nos damos cuenta hasta qué punto somos nosotros mismos quienes ahogamos en nosotros la vida y generamos nuestras crisis depresivas dedicándonos exclusivamente a nuestras cosas y olvidando totalmente a los demás.

 

Jesús invita a todo el que quiera encaminarse hacia la vida verdadera a vivir siempre abierto a todo hombre que encontremos en nuestro camino y pueda necesitar nuestra ayuda.

 

Si le ofrecemos nuestro apoyo somos nosotros mismos quienes más recibiremos. Porque al encontrarnos con esas personas hambrientas, enfermas, desnudas, encarceladas o desvalidas, nos ponemos en contacto con Aquel que es el fundamento, la fuente y la meta de la vida.

 

Esta es la promesa de Jesús: “Os aseguro que lo que hagáis a uno de estos hermanos míos pequeños, me lo hacéis a mí”. Quien está con el hermano necesitado está en contacto con Aquel que es la Vida.

 

Esta promesa no es algo lejano e inverificable, sino una experiencia real para quien sabe acercarse con fe a los que sufren.

 

El que libera a los demás de problemas y preocupaciones se ve liberado de los suyos. El que ayuda a otros a vivir se ayuda a sí mismo. El que da amistad y apoyo recibe fuerza y aliento para vivir.

 

José Antonio Pagola

 

HOMILIA

 

1983-1984 – BUENAS NOTICIAS

25 de noviembre de 1984

 

LA SORPRESA FINAL

 

Entonces dirá el rey…

 

Los cristianos llevamos veinte siglos hablando del amor. Repetimos constantemente que el amor es el criterio último de toda actitud y comportamiento. Afirmamos que desde el amor será pronunciado el juicio definitivo sobre todas las personas, estructuras y realizaciones de los hombres.

 

Sin embargo, con ese lenguaje tan hermoso del amor podemos estar ocultando con frecuencia el mensaje auténtico de Jesús, mucho más directo, sencillo y concreto.

 

Es sorprendente observar que Jesús apenas pronuncia en los evangelios la palabra «amor». Tampoco en esta parábola que nos describe la suerte final de los hombres.

 

Al final, no se nos juzgará de manera general sobre el amor, sino sobre algo mucho más concreto: ¿Qué hemos hecho cuando nos hemos encontrado con alguien que nos necesitaba? ¿Cómo hemos reaccionado ante los problemas y sufrimientos de personas concretas que hemos ido encontrando en nuestro camino?

 

Lo decisivo en la vida no es lo que decimos o pensamos, lo que creemos o escribimos. No bastan tampoco los sentimientos hermosos, la compasión o las protestas estériles. Lo importante es ayudar a quien nos necesita.

 

La mayoría de ios cristianos nos sentimos satisfechos y tranquilos porque no hacemos a nadie ningún mal especialmente grave.

 

Se nos olvida que, según la advertencia de Jesús, estamos preparando nuestro fracaso final, siempre que cerramos nuestros ojos a las necesidades ajenas o eludimos cualquier responsabilidad que no sea en beneficio propio o nos contentamos con criticarlo todo, sin echar nunca una mano a nadie.

 

La parábola de Jesús nos obliga a hacernos preguntas muy concretas: ¿estoy haciendo algo por alguien? ¿a qué personas puedo yo prestar ayuda? ¿qué hago yo para que reine un poco más de justicia, solidaridad y amistad entre nosotros? ¿qué más podría hacer?

 

La última y decisiva enseñanza de Jesús es ésta: el reino de Dios es y será siempre de los que aman al pobre y le ayudan en su necesidad. Esto es lo esencial y definitivo.

 

Sólo que, como dice Saint-Exupéry, «lo esencial es invisible a los ojos» y queda oculto para quienes no saben amar gratis.

 

Un día se nos abrirán los ojos y descubriremos con sorpresa que el amor es la única verdad y que Dios reina allí donde hay hombres y mujeres capaces de amar y preocuparse por los demás.

 

José Antonio Pagola

 

HOMILIA

 

1980-1981 – APRENDER A VIVIR

22 de noviembre de 1981

 

MÁS QUE UNA LIMOSNA

 

Tuve hambre, y no me disteis de comer.

 

Es bueno recordar el test definitivo de nuestra existencia, aunque nos sintamos una vez más molestos ante la palabra de Jesús.

 

Nuestra suerte se decidirá a partir de nuestro comportamiento práctico ante el sufrimiento ajeno de los pobres, hambrientos, enfermos, encarcelados… Esa será la pregunta: ¿Qué has hecho tú ante ese hermano al que encontraste sufriendo en la vida?

 

Nosotros lo hemos querido resolver todo de una manera muy sencilla: dando dinero, aportando nuestra limosna y contribuyendo en las colectas.

 

Pero, las cosas no son tan sencillas. «Las exigencias del amor que aquí se piden no se satisfacen con el sacramento del dinero, por la sencilla razón de que la misma manera de adquirir este dinero vuelve a incrementar la pobreza que cón él se quiere remediar» (J. B. Metz).

 

El amor a los necesitados no puede quedar reducido a «dar dinero», entre otras cosas porque no tiene sentido expresar nuestra solidaridad y compasión al necesitado con un dinero adquirido quizás de manera insolidaria y sin compasión de ninguna clase.

 

Para el hombre bíblico, la limosna tenía un contenido profundo que hoy se nos escapa. La limosna se designa en hebreo con el término «sedaqa» que significa «justicia». Podríamos decir que «dar limosna» equivale a «hacer justicia» en nombre de Dios a quienes no se la hacen los hombres.

 

Nuestro amor a los necesitados no se puede reducir a una acción asistencial, aunque ésta es totalmente imprescindible ante situaciones que no admiten demoras.

 

Tenemos que descubrir la injusticia que se encierra en nuestras vidas, aprendiendo poco a poco a mirarnos a nosotros mismos y mirar nuestros bienes desde los ojos de las clases y los pueblos pobres.

 

Hoy como siempre se nos pide dar un vaso de agua a quien encontremos sediento. Pero se nos pide además, ir transformando nuestra sociedad al servicio de los más necesitados y desposeídos.

 

Ante las injusticias concretas de nuestra sociedad, un cristiano no puede pretender una neutralidad ingenua, diciendo que no se quiere «meter en política».

 

De una manera o de otra, con nuestras actuaciones o con nuestra pasividad, todos «hacemos política», los individuos y las instituciones.

 

Por eso, no se trata de decidir si haremos política o no, sino de plantearse a favor de quién haremos política. Un creyente que escucha las palabras de Jesús, siga el partido que siga, sólo puede hacer una política: la que favorezca a los m4s necesitados y abandonados.

 

José Antonio Pagola

 

HOMILIA

 

ACOMPAÑAR

 

No es fácil estar a la cabecera de un ser querido cuando se acerca su final. Nadie nos ha preparado a familiares o amigos para coger su mano y recorrer juntos el último tramo de su vida. Queremos acertar pero no sabemos muy bien qué hacer.

 

Lo primero es centrar nuestra atención en la persona enferma, no en la enfermedad. Los médicos y enfermeras se ocuparán de su mal. Nosotros hemos de estar muy atentos a lo que vive en su interior. Lo nuestro es no dejarle solo, acompañarlo de cerca con cariño y ternura grande.

 

Acompañarlo quiere decir escuchar su pena e impotencia, entender sus deseos de curarse, comprender su desconcierto y sus miedos. A veces, tendremos que sufrir tal vez su irritación y sus enfados. No importa. Estamos así aliviando su tensión. Hemos de evitar siempre lo que puede crear en ese enfermo querido turbación, resentimiento o tristeza. Hemos de despertar en él paz, confianza y serenidad. Qué suerte es poder entonces conversar desde la fe para ayudarle, también en esa hora terrible, a sentirse envuelto por el amor inmenso de Dios.

 

No hay que utilizar tópicos ni frases vacías de verdad. No hay que decirle que está bien si él se siente mal. No hay que engañarle cuando sospecha ya lo inevitable. Son horas sagradas. Tenemos que hacerle preguntas acertadas: ¿quieres algo más?, ¿quieres hablar a solas con alguien? ¿cómo quieres que se te ayude mejor?

 

Cuando el final se acerca, las palabras resultan cada vez más pobres. Lo importante son ahora los gestos: la mirada cariñosa, el beso suave, la caricia sentida, nuestras manos apretando la suya. Qué consolador poder sugerir al enfermo una invocación sencilla y confiada a Dios que pueda repetir en su corazón.

 

Jesús declara «benditos de su Padre» a quienes ayudan al necesitado, acogen al extranjero, visten al desnudo o se acercan al enfermo y al preso, aunque no lo hagan motivados por fe religiosa alguna. Nadie tan pobre, necesitado y desvalido como el que está ya cerca de su muerte. Aunque no seamos muy religiosos o creyentes, Dios nos bendice cuando nos ve ayudándonos mutuamente a morir con paz.

 

José Antonio Pagola